Pedro trabaja de enterrador. Antes trabajaba en la construcción, pero con la crisis se quedó en paro. Deambuló durante casi tres años, buscando empleo, pero en todas las obras donde se presentó le respondían que acababan de despedir a varios hombres por falta de encargos, y al final cuando ya desesperaba porque iban a desahuciar a su familia de casa, un amigo le habló de un empleo como enterrador.
Con el pánico que le daba antes la muerte, y ahora es su forma de vida y su rutina. Al principio lloraba cuando enterraba un muerto y por la noche le perseguían horribles pesadillas, pero ahora cuando empuja un muerto que va envuelto en la bandera del Barça, hasta canturrea el himno en voz baja. Cada día entierra a unos seis muertos, y mientras las familias sollozan, él empuja el féretro dentro del agujero, y lo tapa con cemento.
Es una mañana fría de invierno, las nubes se atropellan en el cielo y amenazan lluvia, el viento sopla entre los cipreses. Pedro, ya lleva casi dos años de enterrador, y hoy tiene que tapar con cemento a un diputado socialista, que fue ministro y ha muerto de repente, y que al parecer dejó dicho en testamento, que quería descansar en el nicho junto a su madre, y no en enormes panteones.
El cementerio está abarrotado de políticos, que Pedro solo había visto antes en la tele: Rajoy, Zapatero, Cospedal, Felipe González y otras personalidades. Un policía pide la identificación a los asistentes, con un detector de metales en la mano. Varios vigilantes con pinganillo en la oreja, rebuscan hasta entre las tumbas.
A Pedro también le han cacheado, y le han incautado la navaja que le regaló su mujer para su cumpleaños, y que siempre lleva encima para pelar la naranja del almuerzo, y hasta le han quitado las llaves de casa.
Hoy su hijo cumple doce años, y tiene en el bolsillo dos entradas para ir a ver el partido de esta tarde del Barça. Lleva ahorrando más de tres meses, dejó de fumar y los tres euros del tabaco diario y las escasas propinas, los iba echando en una hucha pintadas con los colores azulgranas. Esta mañana su hijo se ha levantado antes de hora, y se ha ido a la escuela vestido con la camiseta de Messi.
Pedro mira el reloj, el coche con el cuerpo del ministro se está retrasando, y le dice a su compañero que está removiendo el cemento, que como el muerto no venga pronto, llegará tarde al partido. Su compañero, que es madridista, le dice que se tranquilice, que no hay prisa para ver perder al Barça. Pedro le propina una colleja amistosa, y le dice que acabe de remover ya el cemento, que cuando venga el coche con el muerto, hay que ponerlo rápido dentro del nicho, que aún tiene que ir a buscar a su hijo a la escuela y sino llegarán tarde al partido.
Por fin llega el coche con el féretro del ministro. Sale envuelto en banderas y coronas con mensajes de despedida. El viento hace volar una rosa roja, y las nubes cumplen su amenaza. Cientos de paraguas se abren, cubriendo corbatas y bolsos de marca, y los policías se mueven inquietos entre el gentío, buscando bombas hasta en la tormenta.
Un agente revisa sepulturas y cipreses, y le pide a una señora con abrigo de pieles que le entregue la peineta, que el aparato ha detectado metales. Un policía de paisano cachea a un guarda de seguridad privado y hasta remueve los pétalos de las rosas. Guardaespaldas fornidos sujetan el paraguas a senadores y diputados.
Pedro ya ha preparado el agujero, una plataforma baja hasta el suelo para recibir al ministro y subirlo hasta el nicho. Tres hombres colocan el féretro en la plataforma para que el enterrador lo suba hasta el sepulcro, cientos de puños se alzan y cantan himnos de izquierdas, otros escuchan y disimulan. Una mano sale de entre un paraguas, y lanza una rosa al ministro, ante la desconfiada mirada de un guardaespaldas gigante. El ministro está ya a la altura del nicho, un relámpago ilumina al gentío y ruge un trueno. La viuda llora agarrada al brazo de su hijo. Cuando Pedro va a empujar el féretro dentro del agujero, un político inicia un discurso. El enterrador vuelve a mirar la hora, este muerto tiene que ir rápido dentro del agujero, o no llegará al partido, justo el día del cumpleaños de su hijo. El político acaba el discurso y después de los aplausos, solo se oye la lluvia , el viento y algunos sollozos .
El enterrador va a empujar por fin, el féretro dentro del agujero, pero la plataforma está mojada, resbala y cae al suelo, desde casi seis metros. El ministro se queda allí arriba frente al nicho, quizás tenga miedo de entrar solo.
Entre la lluvia, los truenos y el viento, yacen ahora dos muertos. Uno envuelto en banderas y montones de coronas con mensajes de despedida, el otro con tan solo dos entradas para el partido de esta noche del Barça. Los policías buscaban bombas en la tormenta, entre las sepulturas y hasta en las peinetas, pero no detectaron que el enterrador de muertos, no llevaba puesto ni tan siquiera un casco. Ahora yacen dos muertos, sin nadie que los empuje al agujero y los tape con cemento.
Y mientras, un niño vestido con la camiseta de Messi, sale de la escuela canturreando el himno Barça.
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1 comentario en “EL ENTERRADOR”
Qué bestia de relato!
Ya qué más da cómo quedó el Barsa…!