Carlitos ve la televisión tumbado en el sofá. Le encanta ver Heidi en casa de su abuela Paquita. Se tapa con la manta de cuadros rojos. A la abuela, con la pensión de viudedad, apenas le llega para pagar la luz y no puede encender la calefacción. El niño se rasca la cabeza con una mano, y con la otra se chupa el dedo. Con cuatro años, aún echa de menos el chupete.
En la televisión, Heidi y Pedro van de excursión por las montañas nevadas. Mientras devoran el bocadillo de queso, pierden de vista a la cabritilla Blanquita, parece que se ha extraviado. Niebla, el perro de Heidi, husmea entre los matorrales. Pedro silba. Heidi grita: Blanquitaaaaaa.
Carlitos, está a punto de llorar. Blanquitaa, Blanquitaaa, susurra, el niño. ¿Dónde te has metido? El niño se remueve inquieto en el sofá. Ahora se deja de chupar el dedo, y se rasca la cabeza con las dos manos.
– Yayaaaaaaaa, me pica la cabeza.
– Pues ráscate cariño,- Le contesta su abuela desde la cocina, mientras da la vuelta a una tortilla de patatas.
Cada tarde Paquita, recoge a su nieto de la escuela, y lo lleva a su casa, hasta que Mercedes, su hija, después de todo el día limpiando casas, lo pasa a recoger. Hay noches, en que la madre se lleva al niño dormido, porque las señoras a las que limpia, le entretienen a última hora contándole sus vidas. Ella mira el reloj de reojo, porque piensa en que su hijo estará ya dormido, que se lo tendrá que llevar en brazos, y que su marido se pondrá hecho una fiera, si llega tarde a casa.
Son las ocho de la tarde y Mercedes, aún limpia en casa de la señora Pura. La señora le hace arrodillar cada día para fregar el suelo de la cocina, porque si no la grasa incrustada no sale. Hoy le hace que se arrodille hasta tres veces, porque no ha pasado bien la bayeta y el suelo ha quedado hecho una mierda. Mercedes protesta en voz baja, le escuecen las rodillas, y le dice que ya es hora de irse, y que el suelo ha quedado reluciente. La señora le contesta que o se arrodilla, o este mes no cobra, que ya está harta de que las mujeres de la limpieza sean todas unas guarras. Mercedes mira el reloj y obedece. Cuando por fin, le dice que se levante y que ya puede marcharse, se quita los guantes y sin que la señora le vea, escupe en la sopa que ha preparado para la cena.
– Yayayaaaaaa, pero es que me pica mucho, mucho, mucho, mucho, la cabeza.
– Ahora voy cariño, que estoy terminando de hacer la tortilla. Me ha quedado riquísima, ya verás, te vas a chupar hasta los dedos de los pies.
La abuela apaga el fuego, se quita el delantal, sale al comedor, y ve a su nieto rascándose con sus pequeñas manos. Se pone las gafas, acerca la lámpara a la cabeza del niño, rebusca entre sus enormes rizos rubios, y de repente ve piojos, y montones de liendres.
– Hijo mío, si estas lleno de piojos.
– ¿Que son piojos, yaya?
– Son unos bichos que van a las cabezas, y hace que te tengas que rascar todo el rato.
– Ah, pues es eso lo tuve una vez, mamá me puso una bolsa en la cabeza, y un líquido que olía a pedo-. El niño se aprieta la nariz con dos dedos, y ríe.
– Pues tu madre, tenía también muchos piojos de pequeña, yo le ponía vinagre, y los piojos se morían.
El niño sigue atento a la búsqueda de Blanquita y se ha vuelto a chupar el dedo. La abuela va a la cocina, regresa con un bote de vinagre, y rocía la cabeza del niño.
– Yayaaaaa, protesta el niño- ¿Qué me has echado? Me escuece, y huele a la ensalada que le prepara mamá a papá.
– Es que el vinagre se pone en la ensalada, pero también sirve para matar piojos.
Paquita sigue echando gotas de vinagre sobre la cabeza del niño, rebusca entre los rizos, y cuando atrapa una liendre, la aplasta con las uñas. El niño mueve la cabeza de un lado a otro. Blanquita continúa perdida por las montañas.
– Yaya, si tengo piojos, ¿ es porque mami es una guarra ?
– No cariño, los piojos van al pelo limpio, y los tienen muchos niños. Saltan de una cabeza a otra, son muy rápidos y habilidosos.
– ¿Qué quiere decir habilidosos?
– Que son muy listos, como tú.
-Pero yo no soy un piojo.
– No, tú no eres un piojo, tú eres listo, el más listo y más guapo del mundo entero.
La abuela planta un beso con ruido en las mejillas del niño. Carlitos le aparta con el codo, porque no le deja ver la televisión. Se remueve inquieto en el sofá, porque Heidi cree que a lo mejor a Blanquita, se la ha comido un buitre. Heidi llora, mientras Pedro la consuela y le jura por las montañas que la encontrará.
– Entonces, ¿Mi mamá no es mala, ni guarra?
– No cariño, tú mamá no es mala ni guarra ¿Quién te ha dicho eso?
– Es que un día, me picaba mucho la cabeza, y mamá vio que eran unos bichos y se puso muy nerviosa, y entonces papá la llamo guarra, y le pego unas bofetadas en la cara. Luego mamá lloraba y papá gritaba y daba puñetazos en la mesa.
La abuela, deja de aplastar liendres y coge de la mano al niño.
– ¿Tú papá llama guarra a mamá, y le da bofetadas?
– Si, pero a veces le pega flojo, y solo le pega fuerte cuando llega tarde de trabajar, o le hace enfadar mucho. Un día, le dio un puñetazo y la tiró al suelo, y le salía mucha sangre y luego estuvo muchos días con un morado muy gordo. Pero no se lo digas a nadie. Mamá dice que no se lo diga a nadie, que papá es bueno y que cuando se enfada con ella, luego le pide perdón, y al día siguiente le manda un ramo de flores muy bonitas.
– ¿Y a ti también te pega?
El niño no contesta. Está con la mirada fija en la televisión, porque Niebla ladra, en la entrada de una cueva.
-¿A ti, también te pega? , insiste Paquita.
– A mí me pega flojo, pero a mamá, muy fuerte.
La abuela no puede creer lo que está oyendo. Pero, al momento recuerda, que alguna vez su hija le ha dicho, que no fuera a buscar el niño a la escuela, que estaba enfermo. Y cuando la telefoneaba para ir a verlo, le daba vagas excusas. Ahora piensa, que tal vez quería esconderle los maltratos. La abuela cae en la cuenta que Mercedes, hasta en verano va de manga larga, y que tal vez sea, para ocultar los moratones de los brazos. Y también se acuerda, que su hija antes de casarse con Marcos, iba con faldas cortas, melenas largas, y ahora va con pantalones, el pelo rapado, y nunca se maquilla.
– ¡ Que ciega he estado!-,dice en voz alta .
– ¿ Qué dices, yaya?
-Nada, cariño. ¿ Han encontrado ya a Blanquita ?
– No, a lo mejor se la ha comido un lobo.
– A los lobos de los Alpes no les gustan las cabritillas. Ya verás, que pronto la encuentra Pedro, que es muy valiente y se conoce muy bien las montañas.
Paquita coloca una bolsa de plástico en la cabeza del niño, para que los piojos se ahoguen con el vinagre. Carlitos protesta, y ella saca una piruleta del bolsillo. El niño abre la boca, y se relame.
Mientras Carlitos chupetea la piruleta, la abuela entra en su dormitorio. Se acuerda de las mujeres muertas que salen en las noticias. Abre el cajón de la mesita de noche, pasa las hojas de la agenda, y al fin consigue dar con el teléfono de la policía. Le tiembla la voz cuando cuenta sus sospechas, y el temor por la vida de su única hija.
Una agente la tranquiliza, le dice que aún están a tiempo, que tiene que ir a poner denuncia, y que sobre todo convenza a su hija para que no vuelva esta noche a casa con su marido, y que van a enviar una patrulla, para acompañarles a comisaría.
Mientras la abuela habla con la policía, Mercedes sale de la casa de la señora Pura. Sus manos aún huelen a lejía. El autobús se retrasa. Mira el reloj, son las nueve, y piensa que Marcos se pondrá furioso, porque es ya muy tarde. Al instante recibe un mensaje en el móvil: “¿Dónde estás, puta de mierda? , tengo hambre”. A la mujer le tiemblan las piernas y se le seca la boca. Le contesta que acaba de salir del trabajo, que recoge al niño, y que va para casa.
Mercedes baja del autobús, cruza la calle con el semáforo en rojo, una moto la esquiva y pita. Le falta el aire, y corre.
Por fin llega a casa de la madre, le da un beso rápido y sin quitarse el abrigo, le pregunta cómo se ha portado el niño.
Mientras Mercedes va al comedor en busca de su hijo, Paquita cierra la puerta del piso con llave, y se la guarda en el bolsillo. Se acuerda de su marido, y jura por todos sus muertos, que su hija no saldrá esta noche de casa, sino es acompañada por la policía, y que ese malnacido se pudrirá en la cárcel y no le volverá a poner las manos encima .¡Como he podido estar tan ciega!, piensa de nuevo la abuela.
Cuando Mercedes ve a Carlitos con la bolsa, se lleva las manos a la cabeza. —Piojos, piensa-, Marcos me dará otra paliza.
Carlitos se echa en sus brazos y le dice :
-Mamiiiii se ha perdido Blanquita, a lo mejor se la ha comido un buitre.
Mercedes le quita la bolsa de la cabeza, y le manda que se ponga rápido el abrigo que se tienen que ir a casa. El niño protesta y dice que espere a que acabe Heidi, que aún no han encontrado a Blanquita. Mercedes le estira del brazo, para ponerle el abrigo. Carlitos, llora y patalea. La abuela, se acerca y le pide que deje al niño, que vaya con ella al dormitorio que tiene que contarle algo urgente. La hija le contesta, que otro día, que tiene prisa, pero ella la convence, se trata de un asunto de vida o muerte.
La abuela le confiesa que sabe lo de las palizas, que el niño se lo ha contado todo, y que hay que denunciarlo, o sino la matará a ella y al crio, como sale cada día en los telediarios.
A Mercedes le tiemblan los ojos, está a punto de llorar su tormento, pero no se atreve, le aterrorizan las amenazas del marido. Le contesta que son todo invenciones del niño, y que se marcha porque tiene que preparar la cena. Al momento recibe otro mensaje en el móvil : “ Zorra , como no estés en casa en cinco minutos, te cortaré el cuello a ti y al niño”
-Carlitos, vámonos, ponte el abrigo de una vez-, grita Mercedes, desde el pasillo, mientras intenta abrir la puerta del piso. Al ver que está cerrada con llave, mira nerviosa a su madre, y entonces suena el timbre. La abuela descuelga el teléfono del portero automático. Es la policía.
-Mamamaaaaa, yayaaaaaaa . Grita Carlitos, corriendo por el pasillo : Niebla ha encontrado a Blanquita, Niebla ha encontrado a Blanquitaaa. Se había perdido en una cueva, y tiene una pata herida, pero está vivaaaaaaaaaa.
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