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La mariposa

La mariposa

Yo  nací en un pueblo. Y de niña me gustaba jugar a las tabas, al churro media manga mangotero y al escondite, pero lo que más me gustaba era jugar a las mariposas mensajeras con mi primo Antonio. Mi primo era un año más mayor que yo y era el más guapo y valiente y el más listo y divertido y además siempre me defendía.

Una tarde cinco chicos y yo estábamos jugando al churro media manga  mangotero, cuando Pedro el niño más gordo de todos y que me la tenía jurada porque no soportaba jugar con chicas, cogió carrerilla y estampó su enorme culo sobre mis costillas. Yo me caí al suelo, y con el trompazo me meé encima. El estalló en una risotada y empezó a insultarme:“ Nenaza, meona, cagueta, las niñas sois todas tontas, vete a jugar a peluqueras, nenaza, gafotas” Mi primo se abalanzó sobre él, lo acorraló contra el banco de piedra y con el puño sobre su cara le dijo “A las niñas ni tocarlas y menos a mi prima”.

Yo odiaba jugar con las niñas, se pasaban el día saltando a la comba y yo era muy patosa y siempre me tocaba pararla y cuando no jugaban a la comba, se sentaban en un banco y jugaban a peluqueras y les colocaban rulos a sus horrorosas muñecas y cuando se peleaban, le estiraban del pelo a la muñeca de la otra pero luego se reconciliaban   y otra vez a saltar a la comba. Yo odiaba jugar a peluqueras y saltar a la comba, a mí lo que me encantaba era jugar con mi primo Antonio a las mariposas mensajeras.

Cada tarde íbamos a la era de mi abuelo y en la cabaña de paja que nos habíamos construido nos engullíamos el bocadillo de mortadela que nos preparaba mi madre, y luego nos pasábamos la tarde con las mariposas. Mi primo las hipnotizaba, se posaban en su brazo y allí se quedaban quietas, él las colocaba en su dedo índice y les susurraba:” Mariposa, mariposita, mensajera de tu dueño Antonio y de la prima Carmen, te dejo ahora libre para que vueles a la aldea de enfrente y mañana a las seis vuelves”. Ella alzaba el vuelo  y nosotros nos despedíamos moviendo las manos y cuando ya se perdía entre los árboles, echábamos una carrera a ver quién llegaba antes a casa de la abuela, como él tenía las piernas muy largas siempre llegaba primero, pero a veces disimulaba y hacia como que le dolía el tobillo y me dejaba que ganara.  Al día siguiente estábamos como un clavo a las seis  en la era y al instante se posaba la mariposa en el brazo de Antonio, y entonces él me estampaba un beso en la cara y  le preguntaba qué tal le había ido el viaje y si había niños en la aldea vecina, ella le contestaba moviendo las antenas. Luego entrabamos en la cabaña y yo le  echaba dos gotas de agua en las antenas para refrescarla y le ponía una miga de pan en la boca, la mariposa se relamía y mi primo reía porque le hacía cosquillas.

Una tarde se  le posó en el brazo  una mariposa que tenía el ala herida,  entonces me dijo que corriera a casa de mi madre a por crema Nivea que iba muy bien para las heridas. Le untó la crema en el ala y le dijo al oído  que esa noche no volaría que la tenía que dejar ingresada. La metimos en una botella de agua bien tapada  y la dejamos a pasar la noche en la cabaña. A la mañana siguiente abrimos la botella y la mariposa no respiraba.  Mi primo lloraba con hipo, yo daba vueltas por la cabaña abrazada a la botella de agua, cuando por fin conseguimos limpiarnos los mocos con las mangas, la enterramos en el huerto del abuelo al  lado de una amapola.

Mi hermana tenía meses y yo unos siete años cuando nos trasladamos a vivir a Madrid. Las últimas cosechas habían resultado ruinosas y a mis padres no les quedó más remedio que cargar las maletas  con  sus recuerdos y despedirnos del pueblo donde habíamos nacido.

El día que nos marchamos mi padre cargaba la vaca del viejo ciento veinticuatro  con grandes  maletas y las ataba con una cuerda. El maletero iba repleto de chorizos, tortas, tomates, judías y toda clase de hortalizas, mi padre no paraba de refunfuñar porque ya no cabía ni una aguja. Mi madre abrazaba a los abuelos  y a los tíos, a los vecinos,  a nuestro perro Paco, y aquel día  hasta los bancos de piedra lloraban nuestra despedida. Por fin el coche  arrancó, mi  madre se santiguó y rezó un Ave María, al pasar por la calle de la era para coger la carretera,  lo vi allí plantado junto a la cabaña.  Me saludaba con la mano izquierda y en el dedo índice  de su mano derecha vi que tenía posada una mariposa azulada. Le grité a mi padre que frenara, salté del coche  aún en marcha, corrí hacía él y  le estampe un beso en la cara. Mi primo colocó  la mariposa en mi brazo y me dijo:

– Es para ti, llévatela a Madrid, se llama Carmen y es una mariposa mensajera. Cada tarde a las seis esperaré a que vuelva en la puerta de la cabaña.

Me subí al coche como una anciana, a cámara lenta,  mi primo se acercó a la ventana y me dijo:

– Acuérdate de ponerle crema Nivea si un día llega herida.

Cuando el viejo ciento veinticuatro  arrancó mi primo corría  con sus largas piernas al lado de la ventanilla,  yo le dije adiós moviendo la mano, la mariposa daba saltos en mi brazo y me hacía cosquillas, pero yo no me reía solo me caían lágrimas.

Los primeros días en Madrid fueron horribles, Carmen no soportó el calor y la tristeza que se respiraba en aquel viejo coche y murió al pasar por Guadalajara. Me pasé tres noches seguidas llorando, no encontraba un huerto donde enterrarla. Me volví a mear encima y no quería ir a la escuela. Una noche mi madre se sentó en mi cama y me dijo que ella sabía de un líquido mágico y que si se la echábamos a Carmen  podría  estar  conmigo para siempre. Han pasado ya más de treinta años desde esa noche y todavía guardo un pedacito de aquella  mariposa disecada dentro de un libro de aventuras de los cinco.

Hoy vivo aún en Madrid y soy ya una abogada cuarentona. Mi especialidad es el derecho penal, y he tratado con narcotraficantes, atracadores de bancos, y una amplia  variedad de peligrosos delincuentes, pero un día juré que jamás defendería a maltratadores  porque a mi  hermana, la única muñeca con la que yo he jugado en mi vida, la mató su marido en la noche de bodas, y cuando veo a  uno de esos asesinos de mujeres, no me importa  la causa, ni las eximentes, ni siquiera la legítima defensa, solo le deseo una muerte lenta y dolorosa.

Como llevo algunos temas mediáticos a veces me entrevistan en la televisión y aunque con el tiempo perdimos el contacto, hace unos dos años me telefoneó mi primo Antonio para decirme que me había visto por la tele  y que era un orgullo contar en la familia con una abogada tan famosa, me preguntó por la salud de mi madre y me dijo que seguía como labrador en el pueblo, que se había casado y que estaba esperando una hija.

Esta mañana hace frío en Madrid, salgo del juzgado y suena el móvil, es mi madre:

-Hija mía, me ha llamado la tía Pura, han detenido al primo Antonio, está en Zaragoza. Llama por favor a tu tía, me ha dicho que le acusan de haber matado a su mujer; pero ya sabes que el primo no es capaz de matar a una mariposa, llama a la tía hija, hazlo por mí  y por la familia.

Un guardia  me acompaña al calabozo. Abre una reja,  yo camino detrás de él como escondida, se abre una puerta y otra reja, y allí está mi primo sentado en el suelo, con grandes ojeras, el pelo revuelto y zapatillas sin cordones. Con sus piernas largas da un salto y se levanta, se me abalanza y grita:

  • Fue un accidente, fue un mal golpe, te juro que fue un accidente, un mal golpe, un mal golpe.

Trago saliva, lloro en silencio mi infancia, miro al suelo y le digo que no llevo casos de maltrato. Levanto los ojos y él se acerca y me susurra que su hija se llama Carmen como la mariposa azulada.

Ya en la calle y cuando voy a abrir la puerta del coche se posa una mariposa  en mi brazo, la coloco en mi dedo índice y sus antenas señalan  la puerta de la comisaría.

 

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1 comentario en “La mariposa”

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