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LOS MUERTOS

Las campanas del pueblo tocaban a muerto. Atardecía, el cierzo golpeaba con furia, lloviznaba y hacía un frío de espanto. Fermín aparcó el coche en la plaza y vio como la comitiva se dirigía ya a la iglesia. Se acercó a la viuda y le apretó la mano, la mujer en un susurro le agradeció que hubiera venido de tan lejos para despedir a Francisco. Fermín se colocó detrás del monaguillo que llevaba la cruz de Cristo, tiritaba de frío, era un frío de enero, estaba a punto de nevar. Seis hombres cargaban con el ataúd al ritmo de las campanas, la viuda lloraba agarrada al brazo de su hijo. Entre los sollozos, el frío y el cierzo, un viejo que apestaba a ron, gritó » Viva la República». Fermín que caminaba a su lado, le susurró que se callara, pero el viejo al paso del féretro de su amigo, alzó su puño izquierdo y volvió a gritar » Muerte al rey. Un hombre lo cogió del brazo y lo apartó de la comitiva, el viejo arrancó a llorar por la muerte de su último amigo y tambaleándose se encaminó al bar. Algunas mujeres cuchicheaban, otras rezaban y al sacerdote le caían gotas de frío por la nariz.

Fermín había recorrido más de ochocientos Kilómetros para acudir al sepelio de Francisco, un pariente muy lejano, o quizás tan solo un conocido. Pero si se trata de despedir  a un muerto, a Fermín no se lo impide ni la distancia, ni el hielo, ni el viento.

El cuerpo de Francisco entra en la Iglesia, la viuda llora con los cantos, el cura alza las manos y Fermín se sienta en el primer banco, muy cerca del muerto. Se muerde las uñas, mira el féretro, se imagina la cara del muerto descompuesto, lástima que no hubiera podido llegar al tanatorio para verle recién muerto.

A Fermín le gusta ver muertos y llora  y se emociona aunque no los conozca de nada. Recuerda el entierro de un joven negro al que fue hace un par de semanas,  los negros también se quedan pálidos después de muertos, y casi no se nota que son negros y es que los muertos sean blancos o negros, se les queda el rostro pálido. Fermín nunca ha visto un chino muerto, y piensa que tal vez el chino no se quede tan pálido sino más bien amarillo, aunque también al chino se le comerán hasta las uñas los gusanos.  Lo único que no soporta Fermín es ver a un niño muerto.

El cura levanta otra vez sus brazos, y acaba la misa con las bendiciones en nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo. El monaguillo alza la cruz de Cristo, detrás el cura y los seis hombres con el ataúd de Francisco. En la calle hace un frío gélido y cortante, Fermín se muerde las uñas , el entierro va a acabar pronto, el muerto volverá a la tierra, y él a su rutina,   recuerda que al día siguiente tiene otro entierro de un pariente lejano y sonríe.

Luego, después del último rezo, y cuando aún llora la viuda, y la noche empieza a caer, el viejo republicano apoyado en la barra del bar, entona » La Internacional » y bebe otro trago en honor a su último amigo . Comienza a nevar, y por la carretera un hombre  va  en busca de otro muerto.

 

 

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